UN BLOQUEO CONTRA LA HUMANIDAD
por Atilio A. Borón
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Rebelión.- El próximo 28 de Octubre la Asamblea General de las Naciones Unidas
someterá una vez más a votación una resolución requiriendo del
gobierno de Estados Unidos poner fin el bloqueo decretado contra Cuba
a partir de 1961. Tal como ocurriera desde 1991 hasta la fecha esa
resolución será aprobada casi por unanimidad, ratificando la condena
de la comunidad internacional a Estados Unidos y la tremenda soledad
en que se debate Washington por causa de una política que no sólo
castiga brutalmente al pueblo cubano, sino que también constituye una
amenaza para la humanidad en su conjunto.
Conscientes de su naturaleza violatoria de las más elementales normas
del derecho internacional y de los derechos humanos, los publicistas
del imperio y sus voceros locales han librado, como en tantas otras
ocasiones, una pertinaz batalla semántica dirigida a confundir y
engañar a la opinión pública mundial. Para ello recurren a un
eufemismo: hablan de embargo y lo presentan como si fuera un asunto
apenas comercial. Ocultan de ese modo que se trata de un bloqueo
integral: económico, comercial, financiero y tecnológico, pero también
internacional (al penalizar a las empresas de terceros países que
comercien con Cuba y obstaculizar las relaciones diplomáticas de este
país con el resto del mundo); informático (al impedir el acceso de los
cubanos a banda ancha e Internet de alta velocidad); social (al
imposibilitar o dificultar el reencuentro de las familias cubanas
separadas por la emigración) y cultural (al impedir la libre
circulación de artistas, escritores, intelectuales y científicos entre
Cuba y Estados Unidos).
Se trata de un bloqueo no sólo ilegítimo a la luz de los más elevados
valores de la civilización sino profundamente ilegal, diseñado para
poner a Cuba de rodillas provocando hambre, enfermedades y
desesperación en la población. En suma: se reitera la bárbara política
de sitiar a una ciudad indefensa provocando entre sus pobladores toda
suerte de privaciones e infortunios con la esperanza de debilitar su
resistencia o precipitar una insurrección generalizada contra sus
legítimas autoridades. Política cruel e inhumana, si las hay, que el
imperio aplica sola y exclusivamente contra Cuba actualizando su
antigua y enfermiza obsesión de querer apoderarse de esa isla, aún a
costa de violar mil veces el derecho internacional y pisotear las más
elevadas normas éticas que definen la convivencia civilizada de
pueblos y naciones.
No existen antecedentes en la historia universal de algo lejanamente
parecido al bloqueo contra Cuba, sostenido por Estados Unidos
ininterrumpidamente a lo largo de 49 años. Nada siquiera remotamente
semejante ha sido aplicado por Washington en contra de numerosos
países que, por una u otra razón, mantienen o tuvieron, serios
diferendos con Estados Unidos: no lo hizo por obvias razones con la
Unión Soviética y con China, pero tampoco con Vietnam, ni con la Libia
de Kadhafii, aún luego de la voladura del vuelo Pan American 103, en
Lockerbee, que mató a sus 259 ocupantes y 11 más al caer sobre tierra
firme, ni con Corea del Norte, ni con Irán ni con ningún otro país.
Sólo con Cuba, que de dulce sueño colonial pasó a ser, gracias a la
gloriosa gesta emancipadora del 26 de Julio, dolorosa pesadilla que
día y noche agita el sueño de los imperialistas.
Ofuscado por su patológica ambición de apropiarse de una isla
irredenta que consideran suya, Estados Unidos incumple la Resolución
63/7, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 29 de
octubre de 2008, cuando 185 estados miembros votaron a favor del
inmediato levantamiento del bloqueo. No sólo la administración de
George W. Bush hizo caso omiso de la recomendación emitida por la
Asamblea General de la ONU, sino que su sucesor, menos que el actual
Premio Nóbel de la Paz, ha continuado con esa misma política al
mantener en vigor las leyes, disposiciones y prácticas administrativas
que sirven de sustento al bloqueo.
En efecto, nada se ha hecho, o siquiera se ha dicho, en relación a las
leyes de Comercio con el Enemigo o de Asistencia Exterior que fueron
las primeras piezas de legislación con las cuales se dio inició al
bloqueo de Cuba. O de la Ley de Administración de las Exportaciones
para ni hablar, ya que aludíamos a los eufemismos, de la Ley para la
Democracia Cubana, más conocida como Ley Torricelli. Esta infame pieza
legislativa fue promulgada por Bush padre en 1992 y gracias a ella
Washington fue autorizado a reforzar las medidas económicas contra la
isla, otorgando además sustento normativo a la extraterritorialidad
del bloqueo, dado que dicha legislación prohíbe a compañías
subsidiarias norteamericanas radicadas en el exterior realizar
transacciones con Cuba o con nacionales cubanos, y a los barcos de
terceros países que hubieran tocado puertos cubanos entrar a
territorio norteamericano durante los 180 días siguientes, entre
varias otras restricciones.
Párrafo aparte merece la también eufemísticamente denominada Ley para
la Solidaridad Democrática y la Libertad Cubana, mejor conocida como
la Ley Helms-Burton. Promulgada por Bill Clinton en Marzo de 1996,
tiene por objeto extender el ámbito extraterritorial del bloqueo y
colocar más trabas que dificulten las inversiones extranjeras en Cuba.
La ley limita asimismo las prerrogativas de la Casa Blanca para
suspender esa política al paso que establece la posibilidad de
presentar demandas en los tribunales de Estados Unidos en contra de
los directivos de empresas extranjeras, o sus familiares, que
inviertan en las empresas confiscadas por la revolución cubana.
Con estos antecedentes a la vista es evidente que el inocente embargo
constituye un acto criminal: atendiendo a lo estipulado en el inciso c
del artículo II de la Convención de Ginebra de 1948 para la Prevención
y la Sanción del Delito de Genocidio, el bloqueo califica como un
genocidio. Si además se considera la Declaración Relativa al Derecho
de la Guerra Marítima, adoptada por la Conferencia Naval de Londres en
1909, el bloqueo estadounidense contra Cuba constituye un acto de
guerra económica. En consecuencia: no se trata de un embargo sino de
un conjunto de disposiciones y políticas que la legalidad
internacional tipifica como genocidas y criminales. Por eso la condena
al bloqueo es algo que no sólo concierne a los cubanos, sino que
preocupa, y mucho, a la comunidad internacional. La pretensión de
otorgarle extraterritorialidad a la legislación norteamericana, tan
prepotente como absurda, es una amenaza a la paz mundial y un vicioso
ataque a la autodeterminación y la soberanía nacionales de pueblos y
estados. En línea con esta política la Casa Blanca ha penalizado a
numerosas empresas norteamericanas y europeas por realizar
transacciones comerciales con Cuba. A raíz de eso pacientes cubanos o
de otros países que son atendidos en los centros médicos de la isla no
pueden acceder a nuevos instrumentos de diagnóstico, tecnologías y
medicamentos porque aún si son producidos, o se encuentren
disponibles, en terceros países, las leyes del bloqueo prohíben que
sean vendidos o transferidos a Cuba si sus componentes o programas,
aunque sea en mínima parte, son originarios de los Estados Unidos.
Desde el punto de vista económico el bloqueo ha causado un enorme daño
a Cuba. Cálculos muy conservadores, que subestiman su verdadero
impacto, revelan que en términos del valor actual del dólar su monto
ascendería a algo más de 236 mil millones de dólares. Esta suma es
astronómica si se tiene en cuenta el tamaño de la economía cubana. No
sólo eso: también es muy significativa por sí misma puesto que
equivale aproximadamente al doble de las erogaciones ocasionadas por
el Plan Marshall que Estados Unidos desembolsó para financiar la
recuperación de Europa en los años de la posguerra. Esa cifra no
incluye los daños directos ocasionados por los sabotajes y actos
terroristas alentados, organizados y financiados desde los Estados
Unidos. Conociendo los grandes adelantos que la revolución cubana
obtuvo en terrenos como la salud, la cultura y la educación, es fácil
imaginar todo lo que podría haber logrado si no hubiera tenido que
lidiar con la tremenda hemorragia económica y financiera generada por
el bloqueo. Pero ese era justamente el objetivo que se había propuesto
el imperialismo: aplicar esa política para demostrar la inviabilidad
de una vía no capitalista de desarrollo y la insanable ineficiencia de
la planificación socialista y, de ese modo, provocar toda suerte de
padecimientos y sufrimientos en la población. En sus alucinaciones los
estrategas del imperialismo confiaban en que tales privaciones
desencadenarían el tan ansiado cambio de régimen en Cuba. La historia
se encargó de refutar tales expectativas. Esta misma pretensión
desestabilizadora e insanablemente antidemocrática la encontramos en
la decisión tomada por el presidente Richard Nixon la misma noche en
que Salvador Allende obtenía la primera mayoría en las elecciones
presidenciales de Chile en 1970: hacer fracasar a la economía chilena
para luego, sobre la frustración y el resentimiento que esto
produciría, crear las condiciones que prepararían el camino hacia el
golpe militar de 1973.
¿Ha cambiado algo desde el advenimiento de Obama a la Casa Blanca? Muy
poco. No se ignora que la nueva administración ha introducido una
módica flexibilización en el bloqueo, pero esas medidas sólo modifican
algunos aspectos marginales que no cambian el fondo de la cuestión. No
obstante, se lanzó una fuerte campaña propagandística tratando de
presentar a Obama como el mentor de una nueva política superadora del
nefasto legado de los diez presidentes norteamericanos que le
precedieron. Pero, de hecho, las innovaciones introducidas se
limitaron a lo siguiente:
1. Eliminar las restricciones a las visitas familiares, con un límite
hasta el tercer grado de consanguinidad, de los cubanos residentes en
Estados Unidos.
2. Hacer lo propio con las restricciones al envío de remesas de los
cubano-americanos a sus familiares en Cuba, siempre con un límite
hasta el tercer grado de consanguinidad, y excluyendo a los miembros
del Gobierno de Cuba y del Partido Comunista de Cuba.
3. Ampliar el rango de artículos que pueden ser enviados como regalos.
4.Otorgar licencias para que empresas norteamericanas amplíen
determinadas operaciones de telecomunicaciones con Cuba.
En suma, se trata de iniciativas que si bien reparan en parte una
grave injusticia, al devolver a los cubanos residentes en los Estados
Unidos su derecho de visitar a sus familiares en Cuba, el que les
fuera arrebatado por el gobierno de George W. Bush, son insuficientes
y de alcance muy limitado, puesto que no van más allá de la intención
de retornar a la situación existente en el año 2004, cuando ya el
bloqueo económico estaba en pleno vigor y aplicación.
Por otra parte, y a pesar de que se derogan totalmente las
limitaciones a la frecuencia y duración de las visitas arriba
mencionadas y de que se incrementa el límite de gastos diarios en que
pueden incurrir los visitantes, se mantiene la prohibición de viajar a
cubanos residentes en los Estados Unidos que no tengan familiares en
Cuba y el insólito atropello al derecho de los ciudadanos
norteamericanos de viajar libremente a Cuba, único país del mundo al
que su gobierno les impide visitar.
¿Qué se puede esperar de Obama? Lamentablemente poco o nada, y no sólo
en el tema del bloqueo sino en las más diversas áreas de las políticas
públicas. La razón, expuesta detalladamente en el libro ya citado, es
que el actual inquilino de la Casa Blanca sólo controla las palancas
marginales del aparato estatal norteamericano. El poder del estado
descansa fuertemente en manos del gobierno permanente de Estados
Unidos, ese entramado que en su formato incipiente mereciera la grave
advertencia del presidente Dwight Eisenhower al denunciar, en su
discurso de despedida, el ominoso papel que ya estaba desempeñando lo
que denominara complejo militar-industrial. En nuestros días ese
complejo ha crecido de una manera extraordinaria, a un grado tal que
no era siquiera imaginable o pensable hace medio siglo atrás. No sólo
creció en términos de su gravitación cuantitativa; cualitativamente
perfeccionó el grado de articulación entre los diferentes miembros de
la alianza y su capacidad de determinar las políticas públicas no sólo
dentro de Estados Unidos sino, mediante sus aliados, a lo largo y
ancho del imperio En todo caso, las declaraciones del Vice de Obama,
Joe Biden, en la así llamada Cumbre de líderes progresistas celebrada
en Santiago en Marzo del 2009 no permite alimentar demasiadas
expectativas: en esa ocasión Biden aseguró que EEUU mantendrá el
bloqueo como herramienta de presión contra Cuba. Sus palabras no
fueron desmentidas ni por la Casa Blanca ni por el Departamento de Estado.
Tiene toda la razón el gobierno cubano cuando señala que el bloqueo
viola el Derecho Internacional. Es contrario a los propósitos y
principios de la Carta de las Naciones Unidas. Constituye una
transgresión al derecho a la paz, el desarrollo y la seguridad de un
Estado soberano. Es, en su esencia y sus objetivos, un acto de
agresión unilateral y una amenaza permanente contra la estabilidad de
un país. Constituye una violación flagrante, masiva y sistemática de
los derechos de todo un pueblo. Viola también los derechos
constitucionales del pueblo norteamericano, al quebrantar su libertad
de viajar a Cuba. Viola, además, los derechos soberanos de muchos
otros Estados por su carácter extraterritorial.
No sólo Cuba reclama el fin del bloqueo. La abrumadora mayoría de los
países apoyan su petición. Sin embargo, pese a las anunciadas promesas
de iniciar una nueva política hacia Cuba y América Latina la
administración Obama no ha dado indicio alguno de pretender levantar
el bloqueo. Esto actualiza la pregunta que el presidente Chávez
formulara en al marco de la reciente Asamblea General de las Naciones
Unidas: ¿cuál es el verdadero Obama? ¿El que dice frases bonitas o el
que convalida el golpe de estado en Honduras? Agregaríamos: ¿el que
quiere promover el multilateralismo y refundar sobre nuevas bases las
relaciones de Estados Unidos con América Latina o el que persiste en
sostener el bloqueo a Cuba? Hasta ahora el veredicto de la historia
dice que el segundo. No se descarta que pueda cambiar, aunque cada vez
parece menos probable. El paso del tiempo juega en su contra.
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