Reflexiones de Fidel Castro: La hazaña de Guadalajara
Hago un breve receso en mis análisis políticos para dedicar este
espacio a la hazaña de los atletas cubanos en los Decimosextos Juegos
Deportivos Panamericanos.
Los Juegos Olímpicos y las competencias deportivas internacionales que
giran en torno a ellos, y despiertan tanto interés en miles de
millones de personas, tienen una hermosa historia que no por ultrajada
debiera dejar de recordarse.
El aporte del creador de los Juegos Olímpicos fue especialmente
nítido, más aún que el de Nobel quién en una etapa de su vida,
buscando crear un medio más eficaz de producción, produjo el explosivo
con cuyos frutos económicos los designados para cumplir su voluntad en
favor de la paz lo mismo premian a un científico o escritor brillante,
que al jefe de un imperio que ordena el asesinato de un adversario en
presencia de su familia, el bombardeo de una tribu en el centro de
Asia o de un pequeño país independiente del norte de África, y el
exterminio de sus órganos de mando.
El Barón Pierre de Coubertin fue el creador de los Juegos Olímpicos
modernos; de origen aristocrático, nacido en Francia, país capitalista
donde un campesino, un obrero, o un artesano, no tenían en aquella
sociedad posibilidad alguna de emprender esa tarea.
Desatendiendo los deseos de su familia, que deseaba hacer de él un
oficial del ejército, rompió con la Academia Militar y se consagró a
la pedagogía. De cierta forma su vida recuerda la de Darwin,
descubridor de las leyes de la Evolución Natural. Coubertin se
convierte en discípulo de un pastor anglicano, funda la primera
revista dedicada al deporte y logra que el gobierno francés la incluya
en la Exposición Universal de 1889.
Comienza a soñar con reunir en una competencia a deportistas de todos
los países bajo el principio de la unión y la hermandad, sin fines
lucrativos y solo impulsados por el deseo de alcanzar la gloria.
Sus ideas inicialmente no fueron muy comprendidas pero persistió,
viajó por el mundo hablando de paz y unión entre los pueblos y los
seres humanos.
Finalmente, el Congreso Internacional de Educación Física, celebrado
en Paris en junio de 1894, creó los Juegos Olímpicos.
La idea encontró resistencia e incomprensión en Inglaterra, la
principal potencia colonial; el boicot de Alemania, poderoso imperio
rival; e incluso la oposición de Atenas, ciudad escogida para la
primera Olimpiada.
Pierre de Coubertin logró comprometer a emperadores, reyes y gobiernos
de Europa con sus incansables esfuerzos y su talento diplomático.
Lo principal fue, a mi juicio, la profundidad y la nobleza de sus
ideas que ganaron el apoyo de los pueblos del mundo.
El 24 de marzo de 1896, el Rey de Grecia, por primera vez, declaró
abierto los Primeros Juegos Olímpicos Internacionales de Atenas, hace 115 años.
Dos destructivas y demoledoras guerras han transcurrido desde
entonces, originadas ambas en Europa, las que costaron al mundo
decenas de millones de personas muertas en los combates, y a los
cuales se sumaron los civiles muertos en los bombardeos o por el
hambre y las enfermedades que vinieron después. La paz no está
garantizada. Lo que se conoce es que, en una nueva guerra mundial, las
armas modernas podrían destruir varias veces a la humanidad.
Es a la luz de estas realidades que tanto admiro la conducta de
nuestros deportistas.
Lo más importante del movimiento olímpico es la concepción del deporte
como instrumento de educación, salud y amistad entre los pueblos; un
antídoto real a vicios como las drogas, el consumo de tabacos, el
abuso de bebidas alcohólicas, y los actos de violencia que tanto
afectan a la sociedad humana.
Por la mente del fundador del olimpismo no pasaba el deporte tarifado
ni el mercado de atletas. Ese fue también el noble objetivo de la
Revolución cubana, lo cual implicaba el deber de promover tanto el
deporte como la salud, la educación, la ciencia, la cultura y el arte,
que fueron siempre principios irrenunciables de la Revolución.
Más no solo eso, nuestro país promovió la práctica deportiva y la
formación de entrenadores en los países del Tercer Mundo que luchaban
por su desarrollo. Una Escuela Internacional de Educación Física y
Deportes funciona en nuestra Patria desde hace muchos años, y en ella
se han formado numerosos entrenadores que desempeñan con eficiencia
sus funciones en países que a veces compiten en importantes deportes
con nuestros propios atletas.
Miles de especialistas cubanos han prestados sus servicios como
entrenadores y técnicos deportivos en muchos países del llamado Tercer Mundo.
Es en el marco de esos principios aplicados durante decenas de años
que nuestro pueblo se siente orgulloso de las medallas que obtienen
sus atletas en las competencias internacionales.
Las transnacionales del deporte tarifado han dejado muy atrás los
sueños del creador del olimpismo.
Valiéndose del prestigio creado por las competencias deportivas,
excelentes atletas, la mayoría de ellos nacidos en países pobres de
África y América Latina, son comprados y vendidos en el mercado
internacional por aquellas empresas, y solo en contadas ocasiones se
les permite jugar en los equipos de su propio país, donde fueron
promovidos como atletas prestigiosos por sus esfuerzos personales y su
propia calidad.
Nuestro pueblo, austero y sacrificado, ha tenido que enfrentarse a los
zarpazos de esos mercachifles del deporte rentado que ofrecen
fabulosas sumas a nuestros atletas, y en ocasiones privan al pueblo de
su presencia con esos groseros actos de piratería.
Como aficionado al deporte muchas veces conversé con los más
destacados, y por ello en esta ocasión me complacía mucho ver a través
de la televisión los éxitos deportivos de nuestra delegación y su
regreso victorioso a la Patria, procedente de Guadalajara, donde
Estados Unidos, a pesar de poseer aproximadamente 27 veces más
habitantes que Cuba, sólo pudo obtener 1,58 veces más títulos y las
correspondientes medallas de oro que Cuba, la cual alcanzó 58.
Brasil, con más de 200 millones de habitantes, obtuvo 48.
México, con más de 100, obtuvo 42.
Canadá, un país rico y desarrollado con 34 millones de habitantes,
obtuvo solo 29.
El número total de medallas de oro, plata y bronce alcanzadas por
Cuba, fue proporcional al número de títulos mencionados.
No pocos de nuestros jóvenes atletas tuvieron éxitos verdaderamente
sorprendentes.
A pesar de las victorias, que enorgullecen a nuestro pueblo, tenemos
el deber de seguir superándonos.
Fidel Castro Ruz
Octubre 30 de 2011