¿SUEÑO O PESADILLA?
Por José Luís Hernández Jiménez
Se fueron, ya “amigables”, como a las 23:15 horas del domingo 12 de junio de 2011. Eran dos hombres, estatura mediana, uno medio fornido, blanco, cara redonda, el otro delgado, rostro moreno y afilado, este con chamarra negra y al parecer armado. Cuando se fueron noté que de mi recámara desaparecieron 700 pesos en billetes y, de la sala, mi aparato celular y unos lentes “rain bam” o algo así que mi mecánico me entregó hace unas semanas, con la esperanza de que se los pague pero que yo ni uso.
¿Mi compromiso para que se calmaran? Que yo reanudaría las gestiones necesarias para que la señora que ahora habita en el departamento J1-101, de la Unidad Habitacional en que yo mismo vivo (es un proyecto que ayudé a edificar y al que ahora represento legal y prácticamente), recupere 35 mil pesos que, en diciembre del 2009, por error, depositó al Fonhapo, para amortizar la deuda del departamento J1-102 (que ella también erróneamente, pretendía habitar, pero que le fue asignado a otra persona, que cumplió con los requisitos, incluso el de pagar el 100 por ciento del adeudo con el Fideicomiso.
Durante dos horas u hora y media antes, ambos sujetos, en mi departamento, me amenazaron y…
Mas o menos como a las 21:30 horas de este domingo, cuando me disponía a descansar, tocaron a la puerta insistentemente. Era una señora joven que en ese momento no reconocí. Luego de unos instantes, recordé que se trataba de la señora (o familiar) que habita el departamento J1-101. Abrí. Dijo querer saber “que había pasado con su departamento”. Apenas iba a volver a explicarle mi versión – que ella conoce desde el 16 de diciembre del 2010, que fue la primera ocasión que me llevó a uno de los sujetos, el de cara redonda, que “me visitaron” – cuando un hombre apareció detrás de ella, seguido de otro. Eran los sujetos que mencioné líneas arriba. Sin dar tiempo a otra cosa casi me empujaron y se introdujeron a mi vivienda. De inmediato cerraron la puerta, quedando la señora fuera del departamento.
“Siéntate”, ordenaron casi susurrando pero muy agresivos. Uno se paró frente a mi mientras el otro revisaba la casa, como buscando ver si había alguien mas. Nadie había pues, para bien o para mal, estaba solo. Ahora creo que si hubiera estado alguien mas conmigo, también la hubiera pasado mal o peor.
Siempre en voz baja, pero muy agresivos, dijeron que iban por mí porque no había resuelto lo del departamento y que ya sabían que yo era el responsable de las “mamadas” que se habían hecho y quien sabe qué mas, relacionado con el departamento J1-102. Que me habían vigilado durante los recientes cuatro meses, que conocían a mi familia, que me podían matar ahí mismo o mutilar o dejarme vivo pero sin servir para nada. El delgado prendió mi computadora. Algo revisó. Introdujo en ella mi USB. En una de esas me pasaron a mi recamara y como que se turnaban para amenazarme. Solo recibí un golpe del fornido que, instintivamente, eludí y apenas rozó uno de mis hombros. Este optó por pedir al otro que se hiciera cargo de mí mientras él salía a comprar algo de beber. Hasta tomó mis llaves las cuales se encontraban a la vista. En este momento fue cuado sentí mas miedo, aunque en todo momento traté de aparentar calma. O quizá ya estaba resignado a lo peor.
El otro interrogador volvió a lo mismo, pero con amenazas más insistentes. Como yo andaba descalzo me pidieron que me pusieran los zapatos; hice el intento pero uno de ellos dijo que mejor él me los ponía. Finalmente seguí descalzo durante todo el interrogatorio y el tiempo que duró el incidente.
Por momentos se enfurecían y parecía que iban a pasar a hacer realidad sus amenazas. Hacían ademanes como para sacar algo de debajo de sus ropas. Incluso me pidieron que me pusiera de rodillas con las manos sobre la cabeza, luego que me acostara boca abajo. Uno de ellos, el delgado, esculcó mi ropero, entraba y salía de la otra recamara, cerró la puerta de la zotehuela, cerró las persianas de la sala. Noté que traía en una de sus manos un reloj de pulsera, Citizen, que tengo a la vista pero que ya no sirve. Halló algún rollo de cinta canela e hizo como que la iban a colocar en algún sitio de mi cuerpo, cuando me encontraba de rodillas y luego bocabajo.
Tal vez eran “madrinas” o sicarios o judiciales o no se. Por sus ademanes y palabras, parecían tener experiencia en lo que estaban haciendo. Incluso durante el lapso en que estuvieron en casa, uno de ellos contestó en su celular dos o tres llamadas de supuestos “trabajitos”. No se a que se referían. Dijeron que me iban a estar vigilando, tres o cuatro personas, una mujer entre ellas. El hombre delgado traía entre sus manos la fotografía de mi joven hijo que se hallaba colocada en la otra recámara, y me la mostró con sorna.
Me llegaron a aclarar que se estaban pasando de “buenas gentes”, pues en otro momento ya me hubieran mutilado un dedo, una oreja. Y me advirtieron que ni se me ocurriera denunciar porque ellos se enterarían de inmediato. En este momento recordé que la inseguridad en el DF, en particular en Iztapalapa, que es en donde habito, no deja de crecer. La cifra de casi todos los delitos, de acuerdo datos actuales de la PGJDF, crece a diario desde 2006. Y entonces me pegunto si llegaré a ser parte de esas cifras.
En fin. Querían que les entregara los 35 mil pesos, que les diera el número de mi cuenta bancaria o la tarjeta de crédito. Les comenté que ni cuenta bancaria tengo pues vivo al día. Tal vez les di lástima o me creyeron cuando les ofrecí que haría las gestiones y que yo calculaba tener el dinero – en caso de salir bien las gestiones – pronto para que la señora lo recibiera el miércoles 15 de junio, a más tardar a las 15 horas. Se fueron calmando. Hasta el que salió a comprar su refresco, me trajo uno que ni destapé. “Ya vez, dijo uno al otro, éste no suelta nada, creo es más inteligente que tú”.
Al último dijeron que así quedábamos, pero que no fuera yo a quedarles mal porque no tendría tiempo de arrepentirme. “Ya sabes, al menos te llevas un levantón”, me dijeron. Uno de ellos dijo que me daría dos horas más o sea hasta las 5 de la tarde. El otro pidió que me dieran hasta el viernes 17. Sin embargo antes de retirarse uno de ellos, el fornido, se mostró “amigable”, me dijo que “lo que yo quisiera, un trabajo especial, que a eso se dedican”. Les dije que no necesitaba nada. Que yo era una gente de paz. Uno de ellos, el fornido, hasta me dio una palmadita en el hombro. Me pidieron mi número telefónico, se los apunté. El delgado dijo me llamaría el miércoles entre las 20 y las 21 horas. (Finalmente – esta aclaración debía ir al final – llamó a las 23:12 horas, desde un teléfono público, para saber si había cumplido, y como así fue, se despidió con un “luego pasamos para echarnos un vinillo”)
No sé como pero voy a cumplir. Haré mi parte. Finalmente, aquel dinero si fue depositado por quienes dicen que ocupaban, lo cual no es cierto, el departamento J1-102. Pero tal depósito benefició directamente a las personas que se quedaron legalmente con el inmueble. Porque pagaron, finalmente, 35 mil pesos menos, de lo que debieron haber pagado al Fonhapo. Pero, cuando les dije a éstos últimos, hace varios meses, que a mi me parecía justo que le reintegraran ese dinero a los depositantes, hasta se molestaron. ¡Ah, la cultura del mexicano!, casi me dijeron, “lo caido caido”. Pero les voy a insistir. Sé que no puedo quedar mal.
Como victima reflexiono en lo frágil que es la vida. En un instante, llegan a tu casa y se deshacen de ti o de tu vida o de tu bienestar o de tus bienes o de tu tranquilidad. Y nada puedes hacer, pues si algo intentas, la reacción del agresor (es) puede ser fatal. Cada vez entiendo más a las victimas de este u otro tipo de agresores. Muchas se enferman; algunas nunca se recuperan. Y es que aquellos no se detienen ante nada. Ellos ponen sus reglas y ellos las ejecutan. En esos momentos tuve miedo, aunque creo haber conservado la calma, incluso pensé atacar pero entendí que mis posibilidades eran mínimas; luego sentí una especie de rara serenidad. Pienso que me están o estarán acechando. Pero no me resigno a vivir con miedo, a estar escondiéndome. Después de todo nada debo aunque sé que muchas victimas igual, nada debían y…
Se fueron. Noté que mi boca y lengua estaban secas, sin saliva, como con mucha sed. Afortunadamente, recordé que en estos casos, no se debe beber líquido alguno. Nada. Se corre el riesgo grande de enfermarse de diabetes u otra cosa. Luego de emociones fuertes lo mejor es esperar a que vuelva a fluir naturalmente la saliva. En todo caso, hay que morder algo sólido, una tortilla, un pan. Esto hice. El pan me supo a papel. El resto de la noche ya no dormí. Preferí escribir este relato para mis cuatro o cinco lectores (as). A ver si no se aburren. Si se agrava el asunto, algún interesado tendrá estas pistas.
A las 5:40 horas, como hacen siempre como para despertarme, iniciaron su canto los pajaritos alojados en el árbol más cercano a mi vivienda. Escucharlos es como oír música. Más en esta ocasión. Conforme a mi costumbre, a esa hora me preparé para subir el Cerro (mi Cerro ¡eh!) de la Estrella. Qué extraño. Me sentí más ligero. Ahora no me cansé. Y eso que son 3 mil metros de pura subida, corre y corre. El aire de la mañana, a esa hora, me resulta más agradable. El olor a hierba me deleita. Luego siguen los 160 escalones de la pirámide del Fuego Nuevo, para arribar a su techo. Ya es como mi gimnasio. Ahí hago mi rutina de ejercicios. Este lunes esperaba encontrar a un antiguo amigo, Fernando Marín, que me avisó iría pues desea aprender algo de esos ejercicios. No llegó.
Quien si arribó fue una señora de la tercera edad. Cabello blanco, un poco obesa, pero toda sonriente me abordó: “perdone maestro, ¿me puede enseñar esa danza que se ve muy elegante?” Le aclaro que no soy maestro y que la “danza” es Tai chi chuan. “Con mas razón, a mi me encanta el Tai chi”, me aclara. Con entusiasmo de niña se coloca a mi lado y…empezamos. ¡Vaya!, creo que aquel ¿sueño, pesadilla?, mas bien un mal rato de pura realidad, va a quedar atrás. Eso espero. El entusiasmo de personas como la viejita de que les hablo, me recuerda que la vida, con todo y sus malos ratos, es hermosa.
Luego de mi rutina y de realizar otros menesteres este lunes 13 de junio, a plena mañana arribo a la casa de mi madre. Hoy cumple 76 años pero tiene una energía de una persona de 40. Le abrazo. Me abraza mas fuerte que de costumbre. Me asombran su pregunta y comentarios que me hace: “¿Qué tienes, estas bien? Anoche soñé que algo malo te había sucedido. ¡Dime qué fue!”. Solo le contesto que me robaron el celular. No le doy detalles para no alarmarla y alterar su salud pero…
El domingo espero participar en la carrera del Día del Padre, es el Medio Maratón (21 km.) que anualmente organiza “Amigos del Bosque de Tlalpan AC”. Si el viernes ya pude correr 26 km., seguro me ira bien el 19 de junio.
Aún tengo en el olfato el olor al cigarro de aquellos. Y yo que ni se fumar. Me llama la atención lo que siento por ellos: lástima. Debo dar de baja mi celular, tomar medidas adicionales individuales y colectivas…; con mayor énfasis debo seguir ayudando a combatir la inseguridad para que no se den este tipo de ¿pesadillas?
México D. F. a 15 de junio de 2011.