MARCHISTAS ¿PACIFISTAS?
Por José Luís Hernández Jiménez
Tengo la impresión de que, la que prometía ser la Gran Marcha Contra la Inseguridad, la convocada por el hoy famoso Javier Sicilia, y que culminó el 8 de mayo pasado en el zócalo de la capital del país, no lo fue. ¿Qué nos pasó?
Pero antes de aventurar alguna respuesta, permítanme, estimados cuatro o cinco lectores (as), compartirles otros eventos previos.
Fíjense que a última hora, llegóme la invitación para acudir al evento – el 5 de mayo – de conmemoración del 22 aniversario del nacimiento del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Y que me lanzo raudo y veloz, pues estaba convocado para las 18 horas, en el Monumento a la Revolución, en el mero DF.
A esa hora me encontraba muy cerca, en Bellas Artes. Pero noté que por la avenida Juárez, hacia el zócalo se dirigían decenas, centenas o miles de personas. Creí que habían cambiado de sitio el festejo, pero no. Eran otros. Muchas de las banderas y mantas que enarbolaban estos, decían “FPFVI”, “Concentración tal”, “Mercado tal”, “Tianguis Tal”. La mayoría de los contingentes rechazaba que hubiera Centros Comerciales o Tiendas de Autoservicio, como Wolmart, Comercial Mexicana o Soriana. Algunas reclamaban que “Marcelo es socio” (sic) de alguna de ellas. Luego de un rato, cuando noté que decenas de micros y autobuses en que esos marchistas se habían trasladado, seguían a los contingentes, opté por continuar mi camino, no sea que los del PRD no pudieran empezar porque yo no llegaba (¡hasta creen!).
A partir de la avenida Reforma, no se podía pasar con facilidad. Muchos, decenas o cientos de microbuses y autobuses, con carteles propagandísticos del PRD, obstaculizaban el libre tránsito. Y verdaderos “ríos” de personas, que venían del rumbo del Monumento a la Revolución, buscaban subir a su respectivo vehículo, lo más rápido posible. ¿Se iban cuando no eran ni las 18:15 horas? Parecía que sí.
Seguí mi andar hacia el sitio del evento. Estaba lleno de gente y, aunque casi nadie ponia atención, la voz de una oradora retumbaba entre el fuerte viento. Era doña Dolores Padierna, la segunda de a bordo del Partido. Como pude seguí avanzando. Hasta que tuve a la vista tres enormes pantallas en las que aparecían imágenes de las personalidades (así les dicen) que estaban sobre el estrado principal del evento, entre las que sobresalía, grite y grite, doña Lola, palabras que nadie de mi entorno, atendía.
Luego anunciaron que hablaría el principal del PRD, don Jesús Zambrano. Igual, gritaba frases, inentendibles la mayoría, como enojado. Hablaba de “unidad” y de “juntos” y de que “vamos a ganar”. De que “aquí estamos 60 mil”. Y acabó.
Anunciaron que hablaría don Marcelo Ebrard. Este sí dijo algo interesante: que quiere ser Presidente, porque al DF ya lo convirtió en un paraíso (lo raro fue que en su visita a Suiza, los días 10 y 11 de mayo pasados, para conseguir dinero, dijo lo contrario, que la verdad es que el DF es un infierno), y que para que el PRD escoja al mejor, se deben organizar dos debates en octubre, entre él y don Peje y en noviembre decidir mediante una encuesta nacional, quién es el candidato. Ya. Ninguno habló del desempleo, del bajo poder de compra de los salarios, de la injusta distribución de la riqueza, ni siquiera de la inseguridad o del crimen organizado o de otros problemas nacionales. Fueron discursos dirigidos al Partido. ¿Y la sociedad? Bien gracias.
Fue curioso que el orador principal del evento que conmemoró el 22 aniversario del PRD, el Jefe de Gobierno del DF, hace 22 años, estaba ocupado ayudando a Manuel Camacho Solís y a Carlos Salinas de Gortari, a exterminar al Partido que entonces nacía, precisamente el PRD. Otra curiosidad fue el fondo nostálgico del evento. En las pantallas aparecía el famoso símbolo aquel de los comunistas de antaño, la hoz y el martillo y se escuchaba nada menos que La Internacional. Símbolos prácticamente desaparecidos de la política mundial precisamente en 1989, año del surgimiento del PRD. No cabe duda, el PRD es un partido joven que se hizo viejo muy rápido.
Por eso y mas, y sin que me invitaran, el domingo 8 de mayo me apersoné en la que creí iba a ser la Gran Marcha contra la Inseguridad, pero, repito, creo me equivoqué. Ni en cantidad, ni en organización ni en claridad, superó a las dos anteriores, la de 2004 y la de 2007. Cierto, no se trataba de eso pero como la situación no está mejor que entonces, la expectativa era mayor en esos y otros rubros.
Además se dijo que sería silenciosa y “ciudadana”, sin banderas y atrás, un grupo de la UNAM gritaba consignas. Mas de uno se “montó” en tal Marcha poniendo su propio sello. Corajes entripados ha de haber hecho don Javier Sicilia, primero con el líder del SME, de quien no se dejó abrazar; luego con activistas del PRD quienes intentaron marchar con playeras partidarias hasta que don Javier les mandó decir que aunque sea se las voltearan; y mas adelante con un contingente de San Salvador Atenco a quienes rogó, sin éxito, que no marcharan con sus machetes aunque fueran instrumentos de trabajo. Con decirles que hasta un pequeño contingente de jóvenes marchó ostentando una manta que pedía “libertad absoluta para consumir mariguana”.
Otra curiosidad fue que al lado de don Javier Sicilia marchó un hombre alto, güero, con sombrero norteño, cargando una bandera nacional, que se llama Julián Lebarón. Es dirigente de una comunidad mormona al que una banda de forajidos, al parecer narcos, le mató a dos familiares. Junto con esto noté que quien leyó en el zócalo, a nombre de los organizadores de la marcha, el documento en el que se convoca a la firma de un Pacto Nacional Ciudadana hacia la construcción de un México Justo, Digno y Seguro – y que está bien que se firme -, es una señora que se llama Olga Reyes Salazar. A esta señora también le mataron a varios familiares. Pero también tiene otro familiar, su hermano Miguel Ángel, preso en Tamaulipas, acusado de ser parte de la banda que mató a los familiares Lebarón.
Tal vez ahí esté la principal falta de claridad de nuestra Gran Marcha. Claridad en el sentido de tener una sola consigna y no varias. Y es que la demanda principal, al menos la que mas se leía y escuchaba, era que “el ejército regrese a los cuarteles”, que “alto a la guerra de Calderón”, No mas sangre” y etc. De perdida, hubieran matizado no mas sangre de gente inocente pues se sabe que de los 38 mil muertos que van, el 90 por ciento de ellos eran delincuentes que se matan entre sí o tenían relación con ellos, y hay tres mil soldados y policías caídos. Y no es que una vida valga más que otra, pero hay de muertos a muertos. Demandas que al final, fueron rubricadas por un extenso “muera Calderón” y que don Javier, quizá presionado por la multitud que pedía al menos otro muerto (Calderón), convirtió en una petición para que Calderón le “corte” la cabeza de otro, la del Secretario de Seguridad Pública.
Los líderes del crimen organizado, creo, estarán contentos pues nadie pidió sus cabezas ni que mueran, ni siquiera que los castiguen. Al contrario, lo que mas se pidió – “que el ejército regrese a los cuarteles” “no a la guerra de Calderón” – equivale a pedir que los dejen en paz. En esa tónica, para la otra marcha van a pedir que suelten a los 32 mil delincuentes detenidos y que se les permita que sigan extorsionando, secuestrando, matando incluso migrantes de otros países, corrompiendo. O sea que no les hagan la guerra. Aunque estos hagan la suya. Ah que marchistas ¿pacifistas?, piden al gobierno que pare la “guerra” y a los delincuentes, nada.
Eso sí, en esta marcha no se vieron acarreados. La gente se veía muy conciente, segura de lo que gritaba. Y aquí sí, un diez. Entonces, el diálogo entre sus representantes y los del gobierno federal, promete ser productivo. Veremos.
México D. F. a 11 de mayo del 2011.