La reforma sanitaria de Estados Unidos
(El líder de la Revolución Cubana considera que la Reforma de Salud ha
constituido una importante batalla y un éxito para el gobierno de
Obama. Parece sin embargo algo realmente insólito que 234 años después
de la Declaración de Independencia, en Filadelfia en el año 1776, el
gobierno de ese país haya aprobado la atención médica para la inmensa
mayoría de sus ciudadanos, señala Fidel)
Barack Obama es un fanático creyente del sistema capitalista
imperialista impuesto por Estados Unidos al mundo. “Dios bendiga a
Estados Unidos”, concluye sus discursos.
Algunos de sus hechos hirieron la sensibilidad de la opinión mundial,
que vio con simpatías la victoria del ciudadano afroamericano frente
al candidato de la extrema derecha de ese país. Apoyándose en una de
las más profundas crisis económicas que ha conocido el mundo, y en el
dolor causado por los jóvenes norteamericanos que perdieron la vida o
fueron heridos o mutilados en las guerras genocidas de conquista de su
predecesor, obtuvo los votos de la mayoría del 50% de los
norteamericanos que se dignan acudir a las urnas en ese democrático país.
Por elemental sentido ético, Obama debió abstenerse de aceptar el
Premio Nobel de la Paz, cuando ya había decidido el envío de cuarenta
mil soldados a una guerra absurda en el corazón de Asia.
La política militarista, el saqueo de los recursos naturales, el
intercambio desigual de la actual administración con los países pobres
del Tercer Mundo, en nada se diferencia de la de sus antecesores, casi
todos de extrema derecha, con algunas excepciones, a lo largo del pasado siglo.
El documento antidemocrático impuesto en la Cumbre de Copenhague a la
comunidad internacional –que había dado crédito a su promesa de
cooperar en la lucha contra el cambio climático– fue otro de los
hechos que desilusionaron a muchas personas en el mundo. Estados
Unidos, el mayor emisor de gases de efecto invernadero, no estaba
dispuesto a realizar los sacrificios necesarios a pesar de las
palabras zalameras previas de su Presidente.
Sería interminable la lista de contradicciones entre las ideas que la
nación cubana ha defendido con grandes sacrificios durante medio siglo
y la política egoísta de ese colosal imperio.
A pesar de eso, no albergamos ninguna animadversión contra Obama, y
mucho menos contra el pueblo de Estados Unidos. Consideramos que la
Reforma de Salud ha constituido una importante batalla y un éxito de
su gobierno. Parece sin embargo algo realmente insólito que 234 años
después de la Declaración de Independencia, en Filadelfia en el año
1776, inspirada en las ideas de los enciclopedistas franceses, el
gobierno de ese país haya aprobado la atención médica para la inmensa
mayoría de sus ciudadanos, algo que Cuba alcanzó para toda su
población hace medio siglo a pesar del cruel e inhumano bloqueo
impuesto y todavía vigente por parte del país más poderoso que existió
jamás. Antes, después de casi un siglo de independencia y tras
sangrienta guerra, Abraham Lincoln pudo lograr la libertad legal de
los esclavos.
No puedo, por otro lado, dejar de pensar en un mundo donde más de un
tercio de la población carece de atención médica y de medicamentos
esenciales para garantizar la salud, situación que se agravará en la
medida en que el cambio climático, la escasez de agua y de alimentos
sean cada vez mayores, en un mundo globalizado donde la población
crece, los bosques desaparecen, la tierra agrícola disminuye, el aire
se hace irrespirable, y la especie humana que lo habita –que emergió
hace menos de 200 mil años, es decir 3 500 millones de años después
que surgieron las primeras formas de vida en el planeta– corre el
riesgo real de desaparecer como especie.
Admitiendo que la reforma sanitaria significa un éxito para el
gobierno de Obama, el actual Presidente de Estados Unidos no puede
ignorar que el cambio climático significa una amenaza para la salud y,
peor todavía, para la propia existencia de todas las naciones del
mundo, cuando el aumento de la temperatura –más allá de límites
críticos que están a la vista– diluya las aguas congeladas de los
glaciares, y las decenas de millones de kilómetros cúbicos almacenados
en las enormes capas de hielo acumuladas en la Antártida, Groenlandia
y Siberia se derritan en unas pocas decenas de años, dejando bajo las
aguas todas las instalaciones portuarias del mundo y las tierras donde
hoy vive, se alimenta y labora una gran parte de la población mundial.
Obama, los líderes de los países ricos y sus aliados, sus científicos
y sus centros sofisticados de investigación conocen esto; es imposible
que lo ignoren.
Comprendo la satisfacción con que se expresa y reconoce, en el
discurso presidencial, el aporte de los miembros del Congreso y la
administración que hicieron posible el milagro de la reforma
sanitaria, lo cual fortalece la posición del gobierno frente a
lobbistas y mercenarios de la política que limitan las facultades de
la administración. Sería peor si los que protagonizaron las torturas,
los asesinatos por contrato y el genocidio ocuparan nuevamente el
gobierno de Estados Unidos. Como persona incuestionablemente
inteligente y suficientemente bien informada, Obama conoce que no hay
exageración en mis palabras. Espero que las tonterías que a veces
expresa sobre Cuba no obnubilen su inteligencia.
Tras el éxito en esta batalla por el derecho a la salud de todos los
norteamericanos, 12 millones de inmigrantes, en su inmensa mayoría
latinoamericanos, haitianos y de otros países del Caribe reclaman la
legalización de su presencia en Estados Unidos, donde realizan los
trabajos más duros y de los cuales no puede prescindir la sociedad
norteamericana, en la que son arrestados, separados de sus familiares
y remitidos a sus países.
La inmensa mayoría emigraron a Norteamérica como consecuencia de las
tiranías impuestas por Estados Unidos a los países del área y la
brutal pobreza a que han sido sometidos como consecuencia del saqueo
de sus recursos y el intercambio desigual. Sus remesas familiares
constituyen un elevado porcentaje del PIB de sus economías. Esperan
ahora un acto de elemental justicia. Si al pueblo cubano se le impuso
una Ley de Ajuste, que promueve el robo de cerebros y el despojo de
sus jóvenes instruidos, ¿por qué se emplean métodos tan brutales con
los emigrantes ilegales de los países latinoamericanos y caribeños?
El devastador terremoto que azotó a Haití –el país más pobre de
América Latina, que acaba de sufrir una catástrofe natural sin
precedentes que implicó la muerte de más de 200 mil personas– y el
terrible daño económico que otro fenómeno similar ocasionó a Chile,
son pruebas elocuentes de los peligros que amenazan a la llamada
civilización y la necesidad de drásticas medidas que otorguen a la
especie humana la esperanza de sobrevivir.
La Guerra Fría no trajo ningún beneficio para la población mundial. El
inmenso poder económico, tecnológico y científico de Estados Unidos no
podría sobrevivir a la tragedia que se cierne sobre el planeta. El
presidente Obama debe buscar en su computadora los datos pertinentes y
conversar con sus científicos más eminentes; verá cuán lejos está su
país de ser el modelo que preconiza para la humanidad.
Por su condición de afroamericano, allí sufrió las afrentas de la
discriminación, según narra en su libro “Los sueños de mi padre”;
allí conoció la pobreza en que viven decenas de millones de
norteamericanos; allí se educó, pero allí también disfrutó como
profesional exitoso los privilegios de la clase media rica, y terminó
idealizando el sistema social donde la crisis económica, las vidas de
norteamericanos inútilmente sacrificadas y su indiscutible talento
político le dieron la victoria electoral.
A pesar de eso, para la derecha más recalcitrante Obama es un
extremista al que amenazan con seguir dando la batalla en el Senado
para neutralizar los efectos de la reforma sanitaria y sabotearla
abiertamente en varios Estados de la Unión, declarando
inconstitucional la Ley aprobada.
Los problemas de nuestra época son todavía mucho más graves.
El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otros organismos
internacionales de créditos, bajo control estricto de Estados Unidos,
permiten que los grandes bancos norteamericanos –creadores de los
paraísos fiscales y responsables del caos financiero en el planeta–
sean sacados a flote por los gobiernos de ese país en cada una de las
frecuentes y crecientes crisis del sistema.
La Reserva Federal de Estados Unidos emite a su antojo las divisas
convertibles que costean las guerras de conquista, las ganancias del
Complejo Militar Industrial, las bases militares distribuidas por el
mundo y las grandes inversiones con las que las transnacionales
controlan la economía en muchos países del mundo. Nixon suspendió
unilateralmente la conversión del dólar en oro, mientras en las
bóvedas de los bancos de Nueva York se guardan siete mil
toneladas de oro, algo más del 25% de las reservas mundiales de ese
metal, cifra que al final de la Segunda Guerra Mundial superaba el
80%. Se argumenta que la deuda pública sobrepasa los 10 millones de
millones de dólares, lo cual supera el 70% de su PIB, como una carga
que se transfiere a las nuevas generaciones. Eso se afirma cuando en
realidad es la economía mundial la que costea esa deuda con los
enormes gastos en bienes y servicios que aporta para adquirir dólares
norteamericanos, con los cuales las grandes transnacionales de ese
país se han apoderado de una parte considerable de las riquezas del
mundo, y sostienen la sociedad de consumo de esa nación.
Cualquiera comprende que tal sistema es insostenible, y por qué los
sectores más ricos en Estados Unidos y sus aliados en el mundo
defienden un sistema sólo sustentable con la ignorancia, las mentiras
y los reflejos condicionados sembrados en la opinión mundial a través
del monopolio de los medios de comunicación masiva, incluidas las
redes principales de Internet.
Hoy el andamiaje se derrumba ante el avance acelerado del cambio
climático y sus funestas consecuencias, que ponen a la humanidad ante
un dilema excepcional.
Las guerras entre las potencias no parecen ser ya la solución posible
a las grandes contradicciones, como lo fueron hasta la segunda mitad
del siglo XX; pero, a su vez, han incidido de tal forma sobre los
factores que hacen posible la supervivencia humana, que pueden poner
fin prematuramente a la existencia de la actual especie inteligente
que habita nuestro planeta.
Hace unos días expresé mi convicción de que, a la luz de los
conocimientos científicos que hoy se dominan, el ser humano deberá
resolver sus problemas en el planeta Tierra, ya que jamás podrá
recorrer la distancia que separa el Sol de la estrella más próxima,
ubicada a cuatro años luz, velocidad que equivale a 300 mil kilómetros
por segundo –como conocen nuestros alumnos de secundaria básica–, si
alrededor de ese sol existiera un planeta parecido a nuestra bella Tierra.
Estados Unidos invierte fabulosas sumas para comprobar si en el
planeta Marte hay agua, y si existió o existe alguna forma elemental
de vida. Nadie sabe para qué, como no sea por pura curiosidad
científica. Millones de especies van desapareciendo a ritmo creciente
en nuestro planeta y sus fabulosas cantidades de agua constantemente
se están envenenando.
Las nuevas leyes de la ciencia –a partir de las fórmulas de Einstein
sobre la energía y la materia, y la teoría de la gran explosión como
origen de los millones de constelaciones e infinitas estrellas u
otras hipótesis– han dado lugar a profundos cambios en conceptos
fundamentales como el espacio y el tiempo, que ocupan la atención y
los análisis de los teólogos. Uno de ellos, nuestro amigo brasileño
Frei Betto, aborda el tema en su libro “La obra del artista: Una
visión holística del Universo”, presentado en la última Feria
Internacional del Libro de La Habana.
Los avances de la ciencia en los últimos cien años han impactado los
enfoques tradicionales que prevalecieron a lo largo de miles de años
en las ciencias sociales e incluso en la Filosofía y la Teología.
No es poco el interés que los más honestos pensadores prestan a los
nuevos conocimientos, pero no sabemos absolutamente nada de lo que
piensa el presidente Obama sobre la compatibilidad de las sociedades
de consumo y la ciencia.
Mientras tanto, vale la pena dedicarse de vez en cuando a meditar
sobre esos temas. Con seguridad no dejará por ello de soñar el ser
humano y tomar las cosas con la debida serenidad y acerados nervios.
Es el deber, al menos, de aquellos que escogieron el oficio de
políticos y el noble e irrenunciable propósito de una sociedad humana,
solidaria y justa.
Fidel Castro Ruz
Marzo 24 de 2010