Gabriel García Márquez: El Fidel Castro que yo conozco

Gabriel García Márquez: El Fidel Castro que yo conozco
13 Agosto 2009
Granma

Su devoción por la palabra. Su poder de seducción. Va a buscar los
problemas donde estén. Los ímpetus de la inspiración son propios de su
estilo. Los libros reflejan muy bien la amplitud de sus gustos. Dejó
de fumar para tener la autoridad moral para combatir el tabaquismo. Le
gusta preparar las recetas de cocina con una especie de fervor
científico. Se mantiene en excelentes condiciones físicas con varias
horas de gimnasia diaria y de natación frecuente. Paciencia
invencible. Disciplina férrea. La fuerza de la imaginación lo arrastra
a los imprevistos. Tan importante como aprender a trabajar es aprender
a descansar.

Fatigado de conversar, descansa conversando. Escribe bien y le gusta
hacerlo. El mayor estímulo de su vida es la emoción al riesgo. La
tribuna de improvisador parece ser su medio ecológico perfecto.
Empieza siempre con voz casi inaudible, con un rumbo incierto, pero
aprovecha cualquier destello para ir ganando terreno, palmo a palmo,
hasta que da una especie de gran zarpazo y se apodera de la audiencia.
Es la inspiración: el estado de gracia irresistible y deslumbrante,
que sólo niegan quienes no han tenido la gloria de vivirlo. Es el
antidogmático por excelencia.

José Martí es su autor de cabecera y ha tenido el talento de
incorporar su ideario al torrente sanguíneo de una revolución
marxista. La esencia de su propio pensamiento podría estar en la
certidumbre de que hacer trabajo de masas es fundamentalmente ocuparse
de los individuos.

Esto podría explicar su confianza absoluta en el contacto directo.
Tiene un idioma para cada ocasión y un modo distinto de persuasión
según los distintos interlocutores. Sabe situarse en el nivel de cada
uno y dispone de una información vasta y variada que le permite
moverse con facilidad en cualquier medio. Una cosa se sabe con
seguridad: esté donde esté, como esté y con quien esté, Fidel Castro
está allí para ganar. Su actitud ante la derrota, aun en los actos
mínimos de la vida cotidiana, parece obedecer a una lógica privada: ni
siquiera la admite, y no tiene un minuto de sosiego mientras no logra
invertir los términos y convertirla en victoria. Nadie puede ser más
obsesivo que él cuando se ha propuesto llegar a fondo a cualquier
cosa. No hay un proyecto colosal o milimétrico, en el que no se empeñe
con una pasión encarnizada. Y en especial si tiene que enfrentarse a
la adversidad. Nunca como entonces parece de mejor talante, de mejor
humor. Alguien que cree conocerlo bien le dijo: Las cosas deben andar
muy mal, porque usted está rozagante.

Las reiteraciones son uno de sus modos de trabajar. Ej.: El tema de la
deuda externa de América Latina, había aparecido por primera vez en
sus conversaciones desde hacía unos dos años, y había ido
evolucionando, ramificándose, profundizándose. Lo primero que dijo,
como una simple conclusión aritmética, era que la deuda era impagable.
Después aparecieron los hallazgos escalonados: Las repercusiones de la
deuda en la economía de los países, su impacto político y social, su
influencia decisiva en las relaciones internacionales, su importancia
providencial para una política unitaria de América Latina… hasta
lograr una visión totalizadora, la que expuso en una reunión
internacional convocada al efecto y que el tiempo se ha encargado de demostrar.

Su más rara virtud de político es esa facultad de vislumbrar la
evolución de un hecho hasta sus consecuencias remotas… pero esa
facultad no la ejerce por iluminación, sino como resultado de un
raciocinio arduo y tenaz. Su auxiliar supremo es la memoria y la usa
hasta el abuso para sustentar discursos o charlas privadas con
raciocinios abrumadores y operaciones aritméticas de una rapidez increíble.

Requiere el auxilio de una información incesante, bien masticada y
digerida. Su tarea de acumulación informativa principia desde que
despierta. Desayuna con no menos de 200 páginas de noticias del mundo
entero. Durante el día le hacen llegar informaciones urgentes donde
esté, calcula que cada día tiene que leer unos 50 documentos, a eso
hay que agregar los informes de los servicios oficiales y de sus
visitantes y todo cuanto pueda interesar a su curiosidad infinita.

Las respuestas tienen que ser exactas, pues es capaz de descubrir la
mínima contradicción de una frase casual. Otra fuente de vital
información son los libros. Es un lector voraz. Nadie se explica cómo
le alcanza el tiempo ni de qué método se sirve para leer tanto y con
tanta rapidez, aunque él insiste en que no tiene ninguno en especial.
Muchas veces se ha llevado un libro en la madrugada y a la mañana
siguiente lo comenta. Lee el inglés pero no lo habla. Prefiere leer en
castellano y a cualquier hora está dispuesto a leer un papel con letra
que le caiga en las manos. Es lector habitual de temas económicos e
históricos. Es un buen lector de literatura y la sigue con atención.

Tiene la costumbre de los interrogatorios rápidos. Preguntas sucesivas
que él hace en ráfagas instantáneas hasta descubrir el por qué del por
qué del por qué final. Cuando un visitante de América Latina le dio un
dato apresurado sobre el consumo de arroz de sus compatriotas, él hizo
sus cálculos mentales y dijo: Qué raro, que cada uno se come cuatro
libras de arroz al día. Su táctica maestra es preguntar sobre cosas
que sabe, para confirmar sus datos. Y en algunos casos para medir el
calibre de su interlocutor, y tratarlo en consecuencia.

No pierde ocasión de informarse. Durante la guerra de Angola describió
una batalla con tal minuciosidad en una recepción oficial, que costó
trabajo convencer a un diplomático europeo de que Fidel Castro no
había participado en ella. El relato que hizo de la captura y
asesinato del Che, el que hizo del asalto de la Moneda y de la muerte
de Salvador Allende o el que hizo de los estragos del ciclón Flora,
eran grandes reportajes hablados.

Su visión de América Latina en el porvenir, es la misma de Bolívar y
Martí, una comunidad integral y autónoma, capaz de mover el destino
del mundo. El país del cual sabe más después de Cuba, es Estados
Unidos. Conoce a fondo la índole de su gente, sus estructuras de
poder, las segundas intenciones de sus gobiernos, y esto le ha ayudado
a sortear la tormenta incesante del bloqueo.

En una entrevista de varias horas, se detiene en cada tema, se
aventura por sus vericuetos menos pensados sin descuidar jamás la
precisión, consciente de que una sola palabra mal usada puede causar
estragos irreparables. Jamás ha rehusado contestar ninguna pregunta,
por provocadora que sea, ni ha perdido nunca la paciencia. Sobre los
que le escamotean la verdad por no causarle más preocupaciones de las
que tiene: El lo sabe. A un funcionario que lo hizo le dijo: Me
ocultan verdades por no inquietarme, pero cuando por fin las descubra
me moriré por la impresión de enfrentarme a tantas verdades que han
dejado de decirme. Las más graves, sin embargo, son las verdades que
se le ocultan para encubrir deficiencias, pues al lado de los enormes
logros que sustentan la Revolución los logros políticos, científicos,
deportivos, culturales, hay una incompetencia burocrática colosal que
afecta a casi todos los órdenes de la vida diaria, y en especial a la
felicidad doméstica.

Cuando habla con la gente de la calle, la conversación recobra la
expresividad y la franqueza cruda de los afectos reales. Lo llaman:
Fidel. Lo rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo contradicen,
le reclaman, con un canal de transmisión inmediata por donde circula
la verdad a borbotones. Es entonces que se descubre al ser humano
insólito, que el resplandor de su propia imagen no deja ver. Este es
el Fidel Castro que creo conocer: Un hombre de costumbres austeras e
ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de
palabras cautelosas y modales tenues e incapaz de concebir ninguna
idea que no sea descomunal.

Sueña con que sus científicos encuentren la medicina final contra el
cáncer y ha creado una política exterior de potencia mundial, en una
isla 84 veces más pequeña que su enemigo principal. Tiene la
convicción de que el logro mayor del ser humano es la buena formación
de su conciencia y que los estímulos morales, más que los materiales,
son capaces de cambiar el mundo y empujar la historia.

Lo he oído en sus escasas horas de añoranza a la vida, evocar las
cosas que hubiera podido hacer de otro modo para ganarle más tiempo a
la vida. Al verlo muy abrumado por el peso de tantos destinos ajenos,
le pregunté qué era lo que más quisiera hacer en este mundo, y me
contestó de inmediato: pararme en una esquina.

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