En el país, donde los logros municipales no sólo son escasos, sino extraños, existen por fortuna ejemplos extraordinarios que deben ser tomados como casos a imitar a escala nacional y en el mundo entero. Uno es el que encabezó Mario Romero, presidente municipal de La Huacana (2005-2007), quien en tres años colocó a un municipio pobre y de alta marginación de la tierra caliente michoacana en el centro de la atención nacional e internacional.
Originario de esa región, Mario Romero no estudió ni se formó para político, sino para científico: estudió la carrera de biología y después una maestría en conservación y manejo de recursos naturales en la Universidad Michoacana. Asimismo se graduó como profesor de física y química en la Normal Superior de México. Por sus capacidades y méritos fue profesor investigador en la Facultad de Biología de su universidad. Ahí impartió numerosos cursos, dirigió tesis, asistió a congresos y dictó conferencias, y por su liderazgo y entrega llegó a ser director de la misma entre 1997 y 2000.
Mario Romero aceptó jugar por la presidencia municipal no sólo por el amor a sus raíces territoriales, sino para demostrar dos cosas: que los profesionistas de provincia deben y pueden retornar a sus poblados de origen, y para poner a prueba lo aprendido y discutido en la academia: la viabilidad de un desarrollo sustentable que fuera ambientalmente adecuado, económicamente exitoso y socialmente justo. Esto último lo situó como el funcionario político más vanguardista del país, pues al adoptar la sustentabilidad de manera seria y comprometida como el paradigma central de un plan de desarrollo municipal, dejó atrás décadas de esquemas obsoletos y de dogmas de todo tipo.
Ya convertido en presidente se topó con una realidad que conocía no por los datos, sino por los ojos, el oído y la piel. Con cerca de 35 mil habitantes, 60 por ciento de los cuales vive en asentamientos de menos de cien, La Huacana es un municipio sacudido por la migración y el desempleo, lluvias escasas, uso inadecuado de sus recursos naturales, y con la sociedad desnutrida, desorganizada y en parte socialmente deprimida. Para complicar el panorama, La Huacana se ubica en el ojo de una de las regiones del país más afectadas por la violencia y el narco.
A la superación de esta realidad lacerante, Mario Romero dedicó todo su esfuerzo, inteligencia y conocimientos científicos. Como él mismo dijo, su primer reto, el más importante, fue convencer a su familia (mujer e hijos) de acompañarlo en una extraña empresa llena de riesgos. La claridad y altura de sus metas fueron determinantes para alcanzar lo logrado. Trazó premisas, organizó un equipo competente y honesto y buscó vincular al municipio con el mundo exterior.
En tres años logró un sistema local de política pública de alta calidad: erradicó el analfabetismo, creó comités de desarrollo en la casi totalidad de las comunidades y auspició campañas de salud, cocinas comunitarias, desayunos escolares, además de fundar la banda de música municipal. Construyó dos centros comunitarios de aprendizaje, arregló calles y sistemas de agua potable, pavimentó carreteras y rehabilitó brechas. También le evitó la ceguera a 200 ciudadanos y edificó un hospital regional. Uno de sus mayores éxitos fue lograr la colaboración de 15 centros de investigación del país y siete internacionales; por ello casi 100 investigadores y técnicos se volcaron a resolver problemas bien identificados del municipio. Ello contribuyó, entre otras cosas, al establecimiento de programas de pesca y milpa responsables, una planta que generó 3 mil 500 dosis de biofertilizante, la producción orgánica de flor de jamaica, la creación de un área natural protegida en el volcán del Jorullo, recolección de basura separada, ejidos que conservan su biodiversidad, un centro intermunicipal para el reciclado de residuos sólidos y una planta de tratamiento de aguas residuales. Al final de su gestión, Mario Romero retornó a su trabajo de investigador y profesor de la Universidad Michoacana.
La noche del miércoles 8 de julio, un piquete de agentes de la Procuraduría General de la República detuvo a Mario Romero cuando salía de una reunión de profesores de la universidad, acusado de “dar información al cártel de la Familia Michoacana”. Incomunicado, sin derecho a abogado defensor y teniendo como pruebas “una denuncia anónima”
, le fue declarado el auto de formal prisión el martes siguiente. Ninguno de los que lo encarcelaron y juzgaron supo a ciencia cierta que él había recibido del Centro de Investigación y Docencia Económicas el Premio Nacional de Gobierno y Gestión Local 2006, así como el Premio Michoacán a la Gestión Municipal 2007 y el Reconocimiento por Gestión de Calidad 2007 por la Asociación Española de Normalización y Certificación, con sede en Madrid.
Quizás resulta iluso pensar que aun sabiéndolo no lo hubieran detenido. Más incomprensible y extraño resulta el hecho mismo, puesto que no coinciden la trayectoria personal, impecable y brillante del detenido con la dimensión de lo que se le acusa. Quedan igualmente innumerables preguntas por responder. Mientras, la noticia de este inmenso desacato corre ya como un río, no sólo en México, sino en España y Latinoamerica, multiplicando las voces de quienes exigen una revisión escrupulosa, imparcial y transparente de su caso.